Por Ivette Estrada

La sustentabilidad es un sistema de vida que rebasa el cuidado medio ambiental. Es reformular filosofía, acciones y creencias para generar un impacto positivo en la manera en la que vivimos, nos relacionamos, trabajamos y configuramos el placer.

Esta tendencia se asume como una panacea a largo plazo para confrontar estilos de vida vertiginosos, caóticos y superficiales que inciden en enfermedades mentales como ansiedad y depresión. Es poner un alto a estándares sofisticados y volver al centro y principio.

Este viraje a la simplicidad y serenidad de vida involucra a los tres sellos: vida, muerte y tiempo. Estamos en una era en la que se pasan de largo los tres conceptos y se deambula en el sinsentido e insensibilidad, en una evasión constante y aletargamiento. El síndrome “zombie” aparece con mayor tenacidad sin percibirlo. Su signo es una indolencia ascendente.

¿Cómo contra restamos el vacío? Al replantearnos qué haríamos si nos alcanzara la vida. Al menos 8 de cada 10 personas asumen que buscarían tener un impacto en el mundo. La muerte inminente nos fuerza a replantearnos lo que es importante y valioso para nosotros. Es el principio del fin del consumismo, la banalidad y superficialidad.

Tras irrupciones tajantes en nuestra vida, aquellas que rompen de tajo la cotidianeidad como un accidente, la muerte de un ser querido o un peligro inminente, como la aparición del Covid-19 en el mundo, nos obliga a replantear la antiquísima pregunta de ¿por qué estoy aquí?

Es muy probable, entonces, que busquemos respuesta en el amor, el trabajo o el arte. Son las tres llaves de sublimación perfectas para que nuestra vida adquiera un sentido válido para nosotros. El amor es la primera justificación, razón y nodo de existencia. Este se fortalece al asumir al amor como el factor de humanidad por antonomasia.

Ahora, generalmente una actividad cotidiana, nuestro trabajo, es la punta de lanza para hallar significados a nuestra existencia y asumir que la vida que poseemos no es vana. Es el reconocimiento de nuestro poder de cocreación de la realidad y capacidad creadora.

Ahora, el arte como expresión tiene un profundo rol en la búsqueda de sentido y significado de vida. No se limita a la autotelia de lo estético en un objeto determinado, sino que involucra a las experiencias de vida. La atención plena puede enriquecer nuestra percepción a los momentos hermosos y hallar belleza hasta en personas, objetos y escenarios que pasarían por insulsos y anodinos de no fijar la atención en cada uno de ellos y los detalles que involucran.

Antídotos contra la depresión, ansiedad, caos y sin sentido, en suma, son hurgar en nuestras destrezas y disfrutes para encontrar aquellas actividades en las que podemos desplegar nuestros dones y que sirven, a la vez, para enriquecer la autopercepción y bienestar de los otros. Es más que vocación, es tener la valentía de encontrar para qué somos relevantes para la vida de los otros. Esa “otredad” paradójicamente, es la que nos mostrará nuestra propia esencia y autorealización.

Fortalecer la misión de vida, asimismo, debe involucrar a un profundo amor por los seres sintientes, nuestro momento y realidad tridimensional, por la gratitud a quienes nos precedieron y la convicción de que podemos generar un mejor mundo con lo que realizamos, por pequeño y humilde que parezca y sea.

Y en el camino habrá oquedades y sombras, heridas milenarias y una gran incertidumbre, pero también una inmensa e inmarcesible belleza que deberemos descubrir.

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